El arquitecto italiano Paolo Riani representa un modelo de arquitectura que no requiere de la búsqueda de nuevos paradigmas que preocupa a teóricos y profesionales de la materia. Su trayectoria extendida por territorios desconocidos es, en primer lugar, una demostración de oficio y una comprobación de amor apasionado por el mismo. Pero es, también, la constatación de un proceso muy elaborado y riguroso, de un esfuerzo sostenido, de una equilibrada combinación de cultura y técnica, que conducen a un resultado creativo y amable.
La investigación paciente de la época de formación universitaria y sus primeros proyectos, luego la experimentación y la renuncia, siempre el riesgo, siempre un cierto desencanto, y la exploración continua del lugar en su más amplio sentido, del lugar habitado, de las personas que lo disfrutan o lo sufren.
Los bocetos iniciales y las magníficas fotografías de las obras terminadas, las maquetas de trabajo y los cuadernos de dirección de obra, las fantásticas hélices de madera y la colección de pequeños aviones que mantienen siempre vivo el recuerdo de su padre, los documentos que acreditan sus logros y sus galardones, el testimonio de su compromiso constante con la arquitectura, habitan los muros de la Sala Pinazo para trasladarnos emociones y certezas de semejante intensidad. La exposición la pude contemplar en el IVAM en una mañana bastante cálida de estas Navidades.