domingo, 14 de noviembre de 2010

El cine y la contrapublicidad


Cuando se nos plantea el tema del arte y la publicidad, tendemos a pensar en anuncios de televisión o carteles publicitarios que recurren a referencias artísticas para promocionar algún producto, empresa o institución.

No obstante, el arte en sí mismo puede ser una forma de publicidad mucho más efectiva que un mero anuncio. Quiero dedicar este artículo a la contrapublicidad en el cine, es decir, al uso del Séptimo Arte con fines publicitarios, pero no con fines de promoción, sino de desprestigio.

El cine y la televisión son probablemente el medio más rápido y efectivo de transmisión de ideas, y desde prácticamente sus primeros tiempos han sido utilizados como herramienta propagandística de control ideológico de las masas.

La producción cinematográfica europea en los países bajo gobiernos totalitarios a mediados del siglo pasado buscaba el ensalzamiento del régimen vigente, y solía adquirir un tono heroico, con protagonistas que encarnaban los valores idealizados por el estado.

La Alemania nazi creó la Reichfilmkammer, organismo oficial de afiliación obligatoria para todos los profesionales del sector, y Goebbels, ministro de propaganda, promovió una producción cinematográfica nacional que ensalzaba como elementos distintivos de la raza aria la muerte heroica, el compañerismo, la fuerza, el sacrificio e incluso el alpinismo. Para conseguir el adoctrinamiento deseado y la adhesión al régimen, se demonizaba al enemigo, ya fueran los judíos, los bolcheviques o los anglosajones, se ensalzaba el espíritu prusiano y se prometía un futuro mejor.


Del mismo modo, el gobierno franquista promovió en España un cine controlado, que relacionaba lo castizo y folclórico con lo propiamente español y ensalzaba los valores fundamentales del Régimen y la religión. De este modo surgen distintos géneros cinematográficos, como el cine taurino y de bandoleros, y la grabación de obras biográficas de personajes históricos y santos, o la representación de clásicos de nuestra literatura.


No obstante, los regímenes totalitarios no han sido los únicos en promover un cine progubernamental. Durante el transcurso de los conflictos bélicos más importantes del siglo XX surge en los EE.UU. un cine que, si bien no tiene una carga de adoctrinamiento ideológico tan grande, sí que transmite un mensaje del tipo “Apoya a nuestras tropas”. Se trata principalmente de las cintas bélicas rodadas durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial o la Guerra de Vietnam (Películas como “Casablanca” u “Objetivo Birmania”) o de películas antisoviéticas a lo largo de la Guerra Fría (“El puño de acero”).

El cine también ha sido utilizado como herramienta de desprestigio desde prácticamente sus comienzos. Ya en la década de los 40, Charles Chaplin caricaturiza al Führer en su obra maestra “El Gran Dictador” y, en 1964, el director Stanley Kubrick satirizará la paranoia alrededor de la Guerra Fría en “¿Teléfono Rojo?, Volamos hacia Moscú”.


Sin embargo, ha sido en los últimos años cuando se han puesto realmente en boga las películas documentales que tratan de mostrar al mundo una visión diferente sobre algunas realidades, instituciones y empresas. En su mayoría, suponen una crítica desde dentro al sistema social, político y económico norteamericano.

Películas como “Elephant” o “Bowling for Columbine” critican la generalización del uso y la tenencia de armas de fuego en los EE.UU., y de las consecuencias que conlleva. Estas dos cintas se rodaron a raíz de los sucesos acaecidos en el instituto de Columbine, en Colorado, donde dos estudiantes armados entraron en el edificio y mataron a 13 personas, hiriendo a otras 24, antes de suicidarse. “Camino a Guantánamo” y “Fahrenheit 9/11” hablan de la realidad en las prisiones de máxima seguridad estadounidenses, mientras que “Sicko” denuncia la falta de coberturas sanitarias en este país.

El impacto social de estas producciones suele ser grande, sobre todo entre los jóvenes, y es frecuente que tengan como consecuencia algún tipo de respuesta por parte de las entidades criticadas. “Bowling for Columbine” consiguió que K-Mart, la cadena que suministró las balas a los estudiantes de Columbine, retirara por completo su catálogo de munición, mientras que “Supersize Me”, una película que critica la obesidad y el consumo de comida rápida (mediante un experimento que consistió en alimentar durante 30 días a una persona sana exclusivamente de comida de Mc Donald’s), consiguió que dicha cadena retirara el tamaño extra-grande de sus menús.


Las respuestas que han obtenido documentales de un presupuesto relativamente bajo por parte de grandes empresas multinacionales prueba muy bien hasta qué punto es el cine una poderosa arma publicitaria y de difusión de ideas y opiniones.

1 comentario:

Peggyisthequeen dijo...

Don Patrocinio, lo digo también por escrito: se trata de una muy buena entrada. Gracias por compartirla.